Pocos lugares existen tan puros para el recogimiento y la meditación como el Monasterio de Silos.
Las voces en gregoriano de sus monjes aún conservan la vibración de los antiguos salmos. En su entorno, un ciprés y una sequoia, dos árboles imponentes que realzan la majestuosidad del claustro, tal como lo plasmó Gerardo Diego en este soneto:
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Enhiesto surtidor de sombra y sueño
que acongojas el cielo con tu lanza.
Chorro que a las estrellas casi alcanza
devanado a sí mismo en loco empeño.
Mástil de soledad, prodigio isleño,
flecha de fe, saeta de esperanza.
Hoy llego a tí, riberas del Arlanza
peregrina al azar mi alma sin dueño.
Cuando te vi señero, dulce, firme,
que ansiedades sentí de diluirme
y ascender como tú vuelto en cristales,
como tú, negra torre de arduos filos,
ejemplo de delirios verticales,
mudo ciprés en el fervor de Silos.
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