sábado, 2 de febrero de 2013

Un poema de Elliot por la Candelaria



Oh Luz Invisible Gloria a Ti!
Luz demasiado viva para ojo mortal.
Oh Luz primera, Luz más alta, te alabamos
por nuestra luz menor.
la luz de Oriente que roza nuestras torres a la hora del
alba,
la luz del Poniente que cada tarde hiere oblicua nuestras
ventanas,
luz crepuscular que, a la hora en que vuela el murciélago,
se duerme en el agua estancada,
claro de luna y luz de estrella, luz de ave nocturna, luz
de falena,
gusano de luz encendido en la hierba.

Oh Luz Invisible, Gloria a Ti!

Gracias a Ti por todas las luces que hemos encendido,
la luz del santuario, la luz del altar,
la mariposa del que a medianoche medita,
los rayos regidos por las vidrieras de la Catedral,
la luz que reflejan las piedras pulidas,
la madera tallada y dorada, los frescos de color vernal.
Nuestra mirada es submarina. Alzamos los ojos
y vemos quebrarse la luz en las aguas inquietas.
Vemos la luz, mas su origen no nos es dado verlo.

Oh Luz Invisible Gloria a Ti!

Y en el ritmo cotidiano de la vida nos cansamos
de mirar la luz. Nos alegramos cuando el día acaba, la
función termina; y es mucho esfuerzo el éxtasis.
Somos niños que pronto se aburren, niños que han velado
y se duermen cuando el último cohete se apaga;
y largo es el día para juego y labor.
Cansados de distraernos, cansados de concentrarnos, nos
dormimos contentos de dormir,
regidos por el ritmo de la sangre, de la noche y el día y
las estaciones.
Hemos de soplar nuestra vela, apagar la luz, encender
 otra vez;
por lo siglos de los siglos extinguir la luz, volverla a encender.

Y así te damos gracias por nuestra luz menor, moteada
de sombra.
Gracias te damos porque nos moviste a labrar y a encontrar;
a dar forma con las puntas de los dedos,
los rayos del ojos.
Y cuando te hemos labrado un altar, Luz Invisible, en él
plantamos nuestras luces pequeñas, luces para ojos
mortales,
y te damos gracias de que la sombra nos recuerde la luz.

Por tu inmensa Gloria gracias a Ti Luz Invisible!